miércoles, 19 de febrero de 2014

LA GRAN ESTAFA AMERICANA

 
 
Título original: American Hustle
País: USA
Director: David O. Russell
Guión: Eric Warren Singer
Duración:  130 minutos
Reparto: Christian Bale, Bradley Cooper, Jeremy Renner, Amy Adams, Louis C.K., Jennifer Lawrence, Alessandro Nivola, Elisabeth Rohm, Dawn Olivieri, Jack Huston, Michael Peña, Robert De Niro
Nota:7/10

El irregular David O. Russell (El lado bueno de las cosas, The Fighter ) firma una película que aparentemente se podría inscribir  dentro de las coloquialmente  llamadas “ambientadas en los 70. En este caso, lo de “aparentemente” es bastante sencillo: a pesar de su estética retro, el espectador se dará cuenta desde su mismo inicio, que no está asistiendo a un recital  de excesos al más puro estilo de Scorsese (Casino) o de Anderson (Boogie Nights),  estilos donde la puesta en escena jugaba un papel fundamental para radiografiar una época determinada, sino más bien a un retrato introspectivo de una serie de personajes sin ningún tipo de moral o condición, que a pesar de vestir  pantalones campana y escuchar A horse with no name , son auténticos reflejos sobre los que podemos encontrar preocupantes similitudes  con algunos de los individuos que pueblan el panorama actual. No nos encontramos, por tanto en una época lejana  que nos resulta ajena y distante, sino en una que sería perfectamente  extrapolable al paradigma sociopolítico de hoy día, saturado  de tramposos y estafadores que bajo el engaño y la falsedad, manipulan y controlan el sistema, sin ningún tipo de escrúpulo.  Son estas similitudes  con las que Russell juega para extraer el máximo partido a una historia de corrupción, que pese a chapotear  ligeramente en el charco maniqueísta (ese policía con ganas de medrar en su carrera a toda costa sin importarle nada ni nadie, resulta algo extremo y no es del todo creíble) logra efectuar una eficiente y sólida  mirada al mundo de los chanchullos ilícitos.
 
Russell no sólo maneja con solvencia y realismo la falsedad a nivel social,  sino también a nivel personal en  la relación de unos  personajes que se mueven siempre alrededor  de un  centro de gravedad que pivota entre lo cómico,  lo trágico y lo folletinesco (esa esposa despechada, cínica y vengativa, o esa mujer que engaña a un policía  a través del  amor o  ese hombre que engaña a un político de buen corazón bajo la máscara de la amistad). Este tratamiento de la  falsedad en forma omnipresente dota de complejidad a la cinta, a la vez que plantea una interesante reflexión sobre la naturaleza del verdadero sentido de la moralidad, de la ética y del bien.

Es igualmente interesante  observar algunos detalles, como el guiño que  Russell  dedica con gesto amable  al cine de Scorsese con el  cameo de un inmenso Robert De Niro metido en la piel de  un violento  gángster (ya lo echábamos de menos), que aporta un interesante adorno nostálgico y enriquece gratamente la película (la secuencia en la que habla en árabe es realmente prodigiosa).

En definitiva estamos ante un producto de notable interés, con una cuidada estética, apoyada tanto  en la imagen como en el acompañamiento musical (perfecta  la selección de temas que desde el comienzo sitúan  al espectador en la época), un ritmo contenido pero  sin decaer en ningún momento y unas interpretaciones solventes y creíbles hacen de esta película un gran ejercicio reflexivo sobre una  época pasada que no resulta tan distinta (ni tan distante) de la nuestra.

lunes, 8 de abril de 2013

EL CABALLO DE TURÍN



  AÑO
2011
  DURACIÓN
146 minutos
  PAÍS
Hungría
 
  DIRECTOR
  GUIÓN
Béla Tarr, László Krasznahorkai
  MÚSICA
Mihály Vig
  FOTOGRAFÍA
Fred Kelemen
  REPARTO
  GÉNERO

     
ÁMBITO DE DISTRIBUCIÓN    Cine de autor
NOTA  9/10

ARGUMENTO La película parte de una anécdota en torno al  filósofo Friedrich Nietzsche, el cual estando en una plaza de Turín se lanzó rápidamente a abrazar a un caballo que estaba siendo maltratado por el cochero. La historia que se cuenta sigue la desarraigada vida del cochero, su hija y su caballo.

CRÍTICA  Y ANÁLISIS: Pude ver esta película en la filmoteca de mi ciudad  y puedo decir  que quedé completamente satisfecho con el resultado. Casi dos horas y media de película en la que parece que no ocurra nada, pero que en realidad  ocurren muchas cosas de modo secuencial, pero aparentemente imperceptibles por el ojo del espectador que asiste como voyeur  al desmoronamiento y anulación de todos los elementos integradores de la precaria existencia de dos desgraciados individuos que se ven abocados al desastre. Una tragedia ralentizada hasta el límite del aguante, que cuenta como un padre manco y tuerto y su hija, se enfrentan cada día  a la dura realidad de un mundo prácticamente muerto, en dónde empieza a descomponerse su centro de gravedad.   

 


 
La película, proclamada como la última en la carrera del cineasta húngaro , Bela Tarr, compone (o más bien descompone) en treinta planos el peso y la desidia de la vida representados de forma contemplativa a través de unos personajes que se mueven como fantasmas en medio de   un paisaje árido, con un viento incesante  y con un acompañamiento musical casi agotador. Y es que para  hablar del fin de los elementos que condicionan nuestra existencia, Tarr recurre a la representación de todas aquéllas actividades  cotidianas, que el ser humano, como ser autómata está predestinado a realizar de forma repetitiva y secuencial, con el fin de asegurar su supervivencia en un entorno hostil, entorno marcado  en la película,  como un personaje más que palpita y rebosa  de  vida, cuyo objetivo primordial  es  condenar a sus “hijos”, aislándolos del resto del mundo y devorándolos en sus fauces.

 


Como base integradora del relato nos encontramos con dos personajes que viven atrapados en una prisión social y terrenal,  pero también existencial y moral. Una chica joven con aspecto demacrado y su anciano padre, viven el día a día en una cabaña en mitad del campo, junto a su caballo. La profesión del padre  nos es mostrada en forma de elipsis, y sólo vemos su andadura de regreso a casa, con el carro tirado por el caballo después de un duro día de trabajo,  en un comienzo espectacular, con ese plano secuencia que abre la película y acompañado de una música extradiegética escalofriante. Por otra parte, en relación con la anécdota acaecida al filósofo alemán,  sólo nos deja constancia del  hecho, una voz en off que aparece al comienzo del film, narrando los sucesos pantalla en negro. Un preludio que adelanta unos acontecimientos terribles para los desdichados protagonistas.  

 

 

 A partir del momento en el que el padre llega a casa en mitad de un fuerte vendaval, la acción de los personajes se desarrollará de forma prácticamente invariable a lo largo de la película y marcará la pauta de la misma. Así, en medio de un decorado austero y minimalista, observamos la representación de escenas cotidianas como: cocer una patata, vestirse y desvestirse, mirar por la ventana, lavar la ropa e ir al pozo a por agua, actividades que los personajes repiten día tras día, sin apenas inmutarse, enterrados en vida en un ataúd de parsimoniosa decadencia. Es en este punto donde Tarr imprime al film su particular estilo, el del tiempo narrativo estático, recurso que domina a la perfección  como  ya demostró en anteriores trabajos como Sátántangó, Armonías de Werckmeister o El hombre de Londres. Así se puede ver que  en ocasiones, la película visita lugares comunes con aquel drama existencialista de lo femenino titulado Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles, de la prestigiosa cineasta belga Chantal Akerman, en el cual observábamos  a través de planos estáticos y situaciones cotidianas, la progresiva decadencia de una madre soltera que combinaba las labores del hogar con la prostitución a domicilio. Esta decadencia uniforme y terrenal, se aprecia también el film de Tarr, a través de la ejecución de las mismas tareas triviales que aquélla ama de casa se veía obligada a realizar para mantener su vida y la de su hijo, escenificadas en este caso, por el padre, la hija y el agotado caballo.

 


 
No se trata sólo de que ellos dos sean pobres, sino que además  han aprendido a aceptar su pobreza como una limitación de su existencia, lo que conlleva a un conformismo extremo y tangible que se palpa en cada milímetro de sus acerados rostros. Cada vez que empieza a fallar alguno de los elementos que estructura  su vida, ellos siguen impasibles y con una clara determinación a continuar en la misma situación: si el caballo está enfermo y no camina, padre e hija lo vuelven a meter en la cuadra y prosiguen sus labores. Esta determinación se hace más que evidente, cuando en un acto desesperado pretenden dejar la casa y escapar del presidio de la miseria, y de repente dan la vuelta regresando al lugar maldito de donde parten, dándose cuenta que les resulta imposible escapar del destino, cruel predeterminación de sus limitadas existencias.

 


 
Se aprecia en el film, el intenso protagonismo del paisaje como moldeador y limitador de la voluntad humana (al igual que en anteriores trabajos del autor, sobre todo en Sátántangó donde los campesinos de la granja agonizaban en medio de una lluvia y viento constantes) al mostrar como un viento huracanado incesante cae como un martillazo en las cabezas del padre y la hija y que junto con el entorno gris y áspero de la tierra salvaje en la que sobreviven, sirve como refuerzo estético para encuadrar a los protagonistas en un ambiente de descomposición gradual y desintegración anímica.

 


Bela Tarr, consigue que su película se balancee entre el hiperrealismo más descarnado y el formalismo más críptico, al plasmar por una parte, la dura realidad a la que son sometidos los dos protagonistas y por otra, la escenificación  como metáfora opuesta  del mito cristiano de la creación del mundo  y que sirve como base para situar la historia en un ambiente apocalíptico donde  empieza a desintegrarse la propia humanidad.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

TED




AÑO
2012
DURACIÓN
100 minutos
         PAÍS
EEUU
DIRECTOR
GUIÓN
Seth MacFarlane, Alec Sulkin, Wellesley Wild
MÚSICA
Walter Murphy
FOTOGRAFÍA
Michael Barrett
REPARTO
 
 
 

GÉNERO        Comedia

ÁMBITO DE DISTRIBUCIÓN    Cine comercial

NOTA  6,5/10

ARGUMENTO  John es  un niño marginado que  desea con todas sus fuerzas que su osito de peluche Ted cobre vida para poder tener un amigo. Tras cumplirse su deseo, Ted permanecerá al lado de John hasta la vida adulta, convirtiéndose en un irreverente osito fumeta, lo que ocasionará la disconformidad de la novia de John al ver en Ted un obstáculo en la madurez de su pareja.

CRÍTICA Y ANÁLISIS  Opera prima de Seth MacFarlane, creador de las populares  series de animación para adultos Padre de familia y Padre Made in Usa, con la que continua o más bien  pretende continuar  en la misma  línea de  humor negro,  ácido e irreverente tan presente en sus obras televisivas. Y es que el hecho de que un adorable osito de peluche cobre vida y adquiera la personalidad de un cachondo “malote”,  da  pie a toda clase de situaciones absurdas y desternillantes que suponen un notable cambio en el paradigma de la clásica comedia americana, últimamente en declive debido a las manidas y consabidas fórmulas propias de los cánones dogmáticos de Hollywood (aunque con honrosas excepciones). No obstante, todas las rosas tienen espinas y  aunque buena parte de la película presente situaciones y gags hilarantes y divertidos marca de la casa, acaba por convertirse sorprendentemente en una película convencional más propia del cine familiar conservador, al cual paradójicamente pretendía parodiar.



En un principio lo que parece  una película familiar más al uso con el tópico del niño solitario, rarito y sin amigos que de repente  se da cuenta que su osito está vivo, empieza pronto a vislumbrarse ese lenguaje cómico absurdo tan propio de MacFarlane, y  a transformarse en una  crítica  a ese cine infantiloide tan empalagoso como pueril  que inunda nuestras pantallas en innumerables ocasiones. Y es que el susodicho osito pasa de tener la “mentalidad” de un niño inocente a la de un adulto inmaduro, juerguista, malhablado, porrero y putero  que seguramente provoque las carcajadas de los espectadores que acudan a verla y esperen reírse con dosis de un  humor que roza muchas veces la banalidad.

 



En los primeros minutos de película se aprecia  una clara tendencia hacia la innovación en  la comedia americana, cuando se empieza a satirizar el impacto mediático que causa un hecho tan absurdo como el que un oso de peluche cobre vida. Y es precisamente en este punto, en dónde MacFarlane, consciente de la hipocresía y cinismo  que domina su entorno, amplifica esa misma condición social que da   la fama a un nivel absurdo aún mayor que el propio hecho central que ocupa el fenómeno, relegándolo así a un segundo plano  para  mostrar que a veces, el comportamiento humano puede superar en incoherencia a  hechos tan particulares y fantásticos como el de un peluche vivo, con alma y personalidad. Así se crean discursos dominantes pertenecientes a las grandes masas que buscan a un ídolo en los medios de comunicación cada vez más sensacionalistas y amarillistas, que unidos y complementados, son los que deciden quienes deben poseer fama y quienes no. Son estos mismos discursos los que moldearán la personalidad futura del nuevo ídolo de masas, ejemplificado perfectamente en la persona de nuestro querido Ted.  



Una vez pasada la moda de ese  fenómeno mediático, queda ese vestigio de lo que alguna vez fue un icono de la fama. Así Ted pasa a convertirse  en un ciudadano más de ese mundo tan absurdo en el que le ha tocado vivir. Ya no es una estrella mediática, sino que es visto como una persona normal que hace una vida corriente como las personas corrientes. Es en este punto en donde observamos que su personalidad ya ha sido moldeada, siendo fiel reflejo de la sociedad contemporánea con la  que su omnipresente irreverencia y sus continuas juergas con prostitutas, marihuana y coca, pueden ser  perfectamente extrapolables a cualquier treintañero inmaduro que  aún no  desea desprenderse de la libertad que otorga la juventud. Esta seña de inmadurez es vista por el personaje de Lori como un obstáculo en la relación amorosa con John, al privar al segundo de la necesaria estabilidad en su vida para entablar una relación duradera, lo que propiciará diversos momentos conflictivos.



Por otra parte es destacable el papel que desempeña Ted respecto a la personalidad de John. Ted es su mejor amigo, sí, pero también es su Alter ego, un modelo que representa la libertad de la juventud y el poder vivir la vida como si no hubiera un mañana, en claro contraste con las ataduras que supone el establecer una relación permanente con la madurez y con los cambios que devienen con el matrimonio, punto de inflexión clave en un progresivo camino hacia el declive de la persona. No es un cambio cualquiera, no, es el fin de las juergas, el fin de  hacer el bestia, el fin del desmadre, es en esencia el fin de los buenos tiempos. La esencia del Alter ego de John, se puede observar igualmente en los primeros minutos de película, cuando siendo un niño marginado por todos los demás compañeros y vecinos, ve en Ted un modelo de popularidad tras conseguir la fama mediática, popularidad que siempre le hubiera gustado tener a John. John no es nada, nadie lo quiere (excepto sus padres)  pero en cambio su “otro yo” Ted lo es todo y todo  el mundo lo quiere.



En la película cabe destacar principalmente, la consistente  labor de Wahlberg que nos ofrece un registro cómico pocas veces visto y muy creíble y la caracterización del personaje que da título al film, Ted, con un más que correcto doblaje de Santi Millán. No obstante no ocurre lo mismo con los demás actores restantes, que aunque graciosos, pecan de un cierto acartonamiento que hacen que resulten poco creíbles. Tampoco resulta nada creíble, algunos de los momentos en los que la película se transforma de golpe en una comedia familiar previsible, sustituyendo al humor gamberro presente en casi todo el metraje que estropea un final que podría haber dado para mucho más.

En resumen decir que es una película divertida y entretenida para la persona que vaya al cine a desconectar y a pasar un buen rato, pero teniendo en cuenta que está  dirigida y producida  por  alguien que no tiene pelos en la lengua como Seth  MacFarlane, es triste que se quede volando hacia mitad del camino y se estrelle en medio de un edulcorado pastel.  


martes, 14 de agosto de 2012

SYNECDOCHE NEW YORK







AÑO: 2008


PAÍS: EEUU


DURACIÓN: 120 minutos


DIRECTOR: Charlie Kaufman


GUIÓN: Charlie Kaufman


MÚSICA: Jon Brion


FOTOGRAFÍA: Frederick Elmes



 REPARTO: Philip Seymour Hoffman, Catherine Keener, Michelle Williams, Dianne Wiest, Emily Watson, Samantha Morton, Hope Davis, Jennifer Jason Leigh, Rebecca Merle, Barbara Haas, Tim Guinee.



GÉNEROComedia, drama


ÁMBITO DE DISTRIBUCIÓN: Cine independiente


NOTA: 8/10


ARGUMENTO: Un neurótico  director de teatro que  es abandonado por su esposa y su hija, decide construir dentro de  una enorme nave  un escenario a tamaño real de la ciudad de Nueva York con el fin de representar su propia vida.


CRÍTICA Y ANÁLISIS: Impresionante ópera prima del genial guionista Charlie Kaufman (Olvídate de mí, Cómo ser John Malkovich, Adaptation),  en donde  lleva sus particulares obsesiones existencialistas al límite poniendo   a prueba, en ocasiones,  la paciencia del espectador, pues  no es una película de fácil digestión debido su  ritmo  lento y pausado  que puede hacer que algunos determinados momentos resulten algo tediosos. No obstante es un bellísimo poema existencial sobre el paso del tiempo, las oportunidades perdidas, los sueños, las ilusiones, el miedo y la muerte.



Las interpretaciones de los actores son más que correctas, sobresaliendo unos inmensos Hoffman y  Morton que dotan  de credibilidad a una película cuyo argumento en un primer momento puede parecer un disparate y ofreciendo momentos bellos e inolvidables. La dirección y el montaje son correctos, aunque se echa en falta algo más de cohesión narrativa y un mayor pulso en el ritmo.  También es interesante mencionar la gran capacidad de la película para combinar el humor más disparatado con el drama más crudo y hasta con el surrealismo más absurdo como se puede ver  en algunas escenas realmente magistrales. Buena fotografía y una acertada banda sonora con algunos temas musicales correctamente escogidos.





Kaufman nos cuenta cómo un director teatral decepcionado de la vida y atormentado por sus terribles pensamientos sobre la muerte, decide construir un escenario a tamaño real de la ciudad de Nueva York dentro de un gran almacén para representar su propia vida en una magna obra cuyo público no es otro que nuestro  protagonista que busca evocar sus propios recuerdos a través  de pequeñas representaciones realizadas por  actores que lo interpretan a él,  así cómo las de los  numerosos extras que interpretan  otras vidas, particularidad que representará la propia sinécdoque.


La película que  arranca de una forma más o menos lineal, se va tornando cada vez más extraña cuyo límite entre realidad y ficción se va volviendo cada vez más difuso a medida que avanza el metraje. Así la vida del protagonista nos es mostrada a través de pequeños momentos clave  en los que podemos ver como las circunstancias de la vida  van transformándose en  decepciones en su mente, lo que le llevará a actuar de un modo radical en la búsqueda de esos recuerdos que completen el significado de su propia existencia. Dichos momentos son contados de forma abrupta sin revelar absolutamente nada sobre el paso del tiempo, por lo que la linealidad narrativa queda completamente olvidada. Sólo sabemos que van transcurriendo los años porque vemos envejecer paulatinamente a los personajes, pero no hay una cohesión que nos sitúe su vida en épocas concretas.



Vida y obra, realidad y ficción, actores que interpretan a los protagonistas, y  actores que interpretan a los actores que interpretan a los protagonistas, van conformando un entramado complejo sobre el que se deja sentir el peso de los años, de las decepciones y los engaños de un futuro convertido en un pasado agónico y confuso que sólo nos deja un camino que seguir hacia la muerte, propia sinécdoque de la vida misma que colapsa tiempo y espacio en un todo. Muy buena.